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ISSN 1989-4163

NUMERO 29 - ENERO 2012

Algo Pasa en Toledo

Rosa Ortega

     Toledo es la leche. Majestuosa. Impertérrita (que si lo buscas en el diccionario, quiere decir que no se asusta ni se altera por nada). Pues así está Toledo. Allí, quieta, sin moverse del sitio, en plena Castilla-La-Mancha. ¿Y por qué? Porque algo pasa en Toledo, y quien diga que no, no se entera un carajo. Lo llamo así porque hace unas cuantas semanas ví Algo pasa en Las Vegas, que es una comedia americana de las malas, en la que Cameron Díaz y Ashton Kutcher se casan borrachos hasta las trancas en la ciudad del juego, y luego se pasan toda la película intentando aparentar que son un matrimonio bien avenido, para que el juez pueda deshacer el entuerto, porque realmente no se aguantan ni un pelo de la nariz, pero al final se acaban gustando de verdad de la buena, y entonces se quieren casar, en Las Vegas…o en Toledo! Esto me lo acabo de inventar, pero vamos, se podrían haber casado en Toledo, ya ves tú. Después de todo, en EE.UU. hay cinco ciudades que llevan ese nombre…

     Hace como siete u ocho años que estuve en Toledo. Recuerdo que me piropearon en plena plaza, justo en la puerta de la Catedral, y lo recuerdo perfectamente porque fue un piropo del calibre 50, no exagero. Un chico se paró en seco, me miró y me dijo: “No entiendo cómo puedes estar tan cerca de tu propio cuerpo y no meterte mano a cada momento”. Si te dicen algo como eso, te tienes que partir a mandíbula batiente, sobre todo si viajas con un amigo llamado Jose, al que te mueres por besar, pero que no ve más allá de sus narices y, de pronto, se planta un toledano frente a la catedral y te suelta todo ese rollo de tu cuerpo y te incita a que te metas mano. Así es que piensas: “Jódete, Jose, que en Toledo me adoran!”. Ese fue mi primer contacto con Toledo.

     El segundo llegó este pasado verano, y fue bastante menos gratificante. Tuve un flechazo (por mi parte, claro, porque lo que es de la suya, no ha visto a Cupido en todo el tiempo que se ha cruzado conmigo). Un idiota que vino a casa a llevarse mi dormitorio me robó el corazón. Bueno, dejémoslo en que me nubló la vista. Un idiota que duerme en mi antigua cama, pero que no se acuesta conmigo. Tengo un imán en la frente para los idiotas. Pues a este le dio por irse a Toledo en agosto. Yo creí que me llamaría para vernos, pero el lumbreras no tenía la menor intención de hacerlo y, en lugar de eso, plantó su culo en Toledo. Después de mi soberana rabieta, jornadas playeras de fin de semana y unas interminables charlas femeninas que apaciguan penas, me serené y me olvidé del idiota y de Toledo. Pero entonces, una amiga empezó a planear su inminente semana de vacaciones con itinerario aventurero. “¿Y adónde vas?” –le pregunté. “Pues no sé. De momento, voy a Madrid, luego ya veremos.” La llamo al tercer día: “¿Dónde estás?” “Estoy en Toledo!!”. Ya te digo, Toledo: la octava maravilla del mundo (como poco).

 Allí estaba ella, correteando callejuelas empedradas arriba y abajo, mientras accidentalmente hundía el tacón de su zapato entre las piedras, detrás de un señor de paso “acelerao” al que le había preguntado por algún lugar ilustre de la zona, con el teléfono móvil pegado a la oreja, sonriente de puro relax vacacional, y hablando conmigo: “Oye, te he dicho que estoy en Toledo??”

     Y como no hay tres sin cuatro (porque ya van tres), vamos a por la cuarta y más reciente, que no por ello menos peculiar: Toledo 4. El azar continúa. Estoy pensando en acudir a la Junta de Castilla-La-Mancha y reclamar una patente por derechos toledanos de una barcelonesa. Total, que la semana pasada ví por casualidad un programa de redifusión en la tele (siempre decimos que hemos visto “por casualidad” algo que nos da vergüenza decir que hemos visto). Uno de estos programas de sorpresas a domicilio, con reformas a cargo de todo un equipo de operadores y decorador que suele ser bastante atractivo, para que la señora que está en casa no se aburra y lo mire con ojos de deseo incontrolado, así se aseguran el tiro. Pues mira tú qué incongruencia para con mi filosofía televisiva, que voy y me quedo pegada a la pantalla mirando a un tipo llamado Pepe Muro: el jefe de obra. Y voy y lo busco en la web del programa. Investigación privada made in Rose. Manda huevos, que una mujer en el umbral de los cuarenta sea capaz de pasar buena parte de una tarde intentando recabar datos acerca de un tipo al que ha visto en un programa de TV… Para darme de ostias!! Pero como hay que retener la parte positiva de todo lo insólito que te ocurre, te quedas con lo azaroso de un episodio tan grotesco como este. El tal Pepe Muro, además de ser irresistiblemente seductor, es de Cebolla. Pues sí, con idénticos ojos saliéndoseme de las órbitas me quedé en el momento en que ví escrito Cebolla como origen de Pepe. ¿Eso qué significa? ¿Que ese tío es originario del huerto? No. Que Cebolla es una población, de gentilicio “cebollano”. Tócate la seta (nunca mejor dicho, hablando de tubérculos)!! Y dónde está Cebolla? En TOLEDO!!!!!!!!!!!!!!!

     Algo pasa en Toledo, está claro.

Algo pasa en Toledo

 

 

 

 

 

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